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domingo, 4 de diciembre de 2011

En el Día Internacional de las Personas con discapacidad

I Todos tenemos discapacidades
Desde que la Asamblea General de las Naciones Unidas, por la resolución 37/52 de 1982 instituyó el 3 de diciembre como el día Internacional de las personas con discapacidad, se ha avanzado, pero los problemas siguen o se acrecientan y las soluciones tardan o son limitadas.
Todavía existe una concepción de la discapacidad que la considera como algo distinto, como algo marginal, algo que está fuera de lo común, lo normal, lo ordinario y que por lo tanto, hay que rehabilitar, hay que integrar.
Esta concepción muy arraigada desde la historia genera unas actitudes hacia las personas con discapacidad por las cuales se les atribuye y centra todo el valor a la discapacidad; la discapacidad es un estigma, una marca social que otorga a quienes la tienen defectos desmesurados e incluso hasta inexistentes.
Estos defectos que se atribuyen de manera interesada, para marcar diferencias entre mi yo normal y el yo distinto del otro, son producto del desconocimiento también interesado; no queremos saber, queremos mantener la distancia, no vaya a ser que…; también por no querer relacionarse, “no es mi problema, es de las instituciones, con la cruz que señalo en el impreso del IRPF, ya cumplo”…
Si no existen, solucionado; si no los conozco, si no me relaciono con ellas, no me interesan, no hay nada que me mueva, estoy bien, está bién. Cuando en este discurso se hablaba de normalización, en ámbitos interesados, se daba a entender que se trataba de “hacer normales”, a los que no lo eran y que eso era imposible. En realidad, profundizando, se trataba de que las personas con discapacidad tuvieran acceso a un ritmo normal de vida: niño, joven, adulto, mayor, en sanidad, en educación, en empleo, en turismo, en calidad de vida.
II Rompiendo Barreras
Habría que romper la coherencia de esta actitud ante lo normal /discapacidad por la vía de un mayor conocimiento de la discapacidad, por la ruta de una más frecuente relación con estas personas, por la senda solidaria y necesaria de la solidaridad, del compañerismo, de la amistad, de la complicidad e incluso del sentido del humor.
Podríamos, en esta perspectiva, asistir al inicio del resquebrajamiento de la dicotomía mundo normal/mundo de la discapacidad.
El hecho de que los avances de la medicina recuperen a muchos niños que antes no nacían o fallecían poco después del parto, el que los accidentes laborales y de tráfico produzcan un elevado número de personas con discapacidad, el que nuevas profesiones ocasionen un aumento del número personas con discapacidad, y que también la práctica deportiva y las actividades de ocio ocasionen discapacidades, transitorias o permanentes; todo ello está generando un nuevo enfoque de la discapacidad, una realidad de su presencia.
Enfoque que se amplía por la probabilidad de que todos tengamos alguna discapacidad, ya que en España, a partir de los 65 años, el 35% tiene alguna discapacidad, porcentaje que se irá incrementando con la edad, por lo que con un poco de suerte, llegaremos a ser personas con discapacidad, porque si no es que ya nos hemos ido.
Perspectiva que se agranda por coincidencia con la extendida óptica de que la persona presenta un número indefinido de peculiaridades de muy diverso tipo: capacidades, discapacidades, naturales, adquiridas, positivas, neutras, negativas, de algunas somos conscientes, otras nos las recuerdan los demás…pero ninguna de ellas es la más notoria, nadie puede ser solo una de sus peculiaridades. Ninguna persona con discapacidad puede ser, solo, “discapacitada”.
III La realidad de la diversidad
Decía Ortega que nuestra identidad se forja entre el yo y mi circunstancia; hoy es tal el número de circunstancias, que éstas son secuencias de uno mismo.
Si un centímetro cuadrado de piel (las huellas digitales) nos hace diferentes a miles de millones de individuos ¿qué no sucederá con toda la piel? Con todo lo que hay a flor y debajo de la piel, con las emociones, las historias, las experiencias, las expectativas. Todos disponemos del más potente ordenador líquido, casi del mismo tamaño y peso, el cerebro, pero totalmente distinto porque procesa y va guardando distintos datos, experiencias únicas, historias personales y va acumulando datos de manera diferente. Pero ya Aristóteles ponía en boca de Nicómoda que el cerebro tenía como misión enfriar los sentimientos que salían del corazón. Y en efecto, las emociones surgen de las relaciones de la persona con el mundo, y todas son distintas y todas nos permiten motivarnos, crear, conocer, interpretar, comunicar, organizar, vislumbrar, y de manera distinta.
Cada uno tenemos una identidad múltiple cargada de diversidad: joven, adulto, mayor, estudiante profesional, aficionado a, buscador para, con capacidades para y con discapacidades para......
Si nos centramos exclusivamente en las diferencias, y si una diferencia llega a suplantar a la persona, estamos abriendo el camino a los estereotipos y a los prejuicios.
Por ello la diversidad, hasta ahora, ha estado impregnada de prejuicios, de informaciones erróneas y de intereses intencionados. Los modelos de homogeneidad son intencionados: joven, adulto, varón, blanco, brillante, creativo, esforzado..
Quienes se alejan de ese modelo son defectuosos o “algo menos que”: una persona mayor es “algo menos que” un adulto, una niña es “algo menos que “un niño, una persona con parálisis cerebral o con sordera es “algo menos que” una persona sin esos síndromes aparentes.
Contra estos prejuicios, está emergiendo un discurso en el que la variedad, la diversidad es un valor; discurso en el que la realidad se está conformando con nuevos valores en sus componentes perceptivos, cognitivos, funcionales y afectivos.
Planteada la discapacidad como una expresión de la diversidad, rompe con las dicotomías marginación /integración, mundo normal/discapacidad.
IV La discapacidad y lo discapacitante
La discapacidad es una de tantas peculiaridades del ser humano, nunca es única ni la más importante, es un aspecto más de la realidad de cada día y en cada momento.
La riqueza de la diversidad está en la riqueza del ser humano, en la capacidad de cada uno para mejorar su mundo y el mundo; y todos tenemos capacidades para mejorar el mundo de cada uno y el mundo, y también todos tenemos discapacidades para lograrlo.
La emergencia de la discapacidad como una realidad de la diversidad, como una peculiaridad del ser humano puede que nos ayude a que se puedan superar los problemas históricos de las personas con discapacidad.
Problemas que están más en el entorno, en las barreras que levantamos para dificultar el acceso de todas las personas incluidas las personas con discapacidad a una calidad de vida que les permita vivir como un ciudadano de pleno derecho que pueda moverse libremente y que pueda usar fácilmente lo que necesite o para su disfrute.
Eliminar esas barreras es responsabilidad de todos y de cada uno, tanto por solidaridad como por egoísmo, ya que todos en algunos momentos de nuestra vida tendremos, no una, sino varias discapacidades

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