La democracia es el
peor de los regímenes, a excepción de todos los demás. En educación, la
democracia todavía está en fase de consolidación. La educación está en manos de
las Comunidades Autónomas, pero ello no ha generado más proximidad a los
centros educativos; siguen imperando burocracias distantes que por dedicarse, e
incluso aumentar, la sobrecarga administrativa, le dificultan, e incluso
impiden, desempeñar un papel rector, impulsor de la innovación y promotor de la
autonomía de los centros. Se resisten a devolver a los centros y a los
profesores las competencias educativas, y para ello crean organizaciones intermedias
de asesores o utilizan la inspección.
El centro
educativo es el pilar sobre el que se
sustenta el sistema educativo y un centro educativo lo es, porque tiene un
proyecto educativo, que lo define y que lo identifica como único; sino sería un
edificio, una oficina donde van a
trabajar los profesores o una organización de profesores en una academia que
trabaja para enseñar a los alumnos. Si tiene un proyecto educativo único, es
porque atiende a la diversidad de los alumnos, con la diversidad de los
profesores, para las distintas familias en un entorno diferenciado y
específico. Poco se ha avanzado en la autonomía de los centros, pese a que
desde el espectro político, todos apuestan por ella, aunque para distintos
fines y también con el empleo de distintos medios. Para nuestra desgracia y
para el grave daño que se hace a la educación, cuando un
partido político está en la oposición, critica y pone impedimentos;
cuando llega al gobierno, elabora una nueva ley que es combatida por los de
antes; esa ley no arregla nada, obliga a adaptaciones costosas que no se
ultiman por falta de presupuesto y de tiempo; pero si, va hundiendo
paulatinamente, o ya de golpe, a los profesionales de la educación en la
desmoralización, y a las familias en la desmotivación, falta de interés y con huida
de la participación.
Desde planteamientos
liberales y neoliberales se acusa a los progresistas de la implantación de
escuelas comprensivas, de imponer una enseñanza uniforme para todos cuando por
el contario la sociedad no cesa de diversificarse
y de crecer en complejidad. Por ello piden flexibilizar el sistema y permitir
la flexibilidad y el pluralismo. Pero
lo piden para que los centros puedan especializarse para que sean distintos,
especializados en un área específica del currículo, en la excelencia, en
recursos educativos digitales, en idiomas…para que sean competitivos entre
ellos, para que se les permita seleccionar a los alumnos ¿Y los que no son
seleccionados? ¡Ah, el mercado…¡
Sin adjudicar
intenciones, es claro que la autonomía de los centros se puede perseguir o
utilizar para al menos cuatro intenciones: para poder escoger y seleccionar a
los alumnos; para responsabilizar al centro en la búsqueda de sus estrategias y
metodología para solucionar sus problemas; para cesiones triviales con
pseudoautonomía o para quitarse el muerto de encima en situaciones
comprometedoras.
La verdadera autonomía
no surge porque la administración educativa la proponga o permita, sino porque es una exigencia de la diversidad
de los alumnos; pero la autonomía puede enmascararse en planteamientos oscuros
y que por lo tanto merecen una reflexión: la autonomía es una estafa, si se
vende que a mayor autonomía, simplemente, más calidad; la autonomía es un señuelo,
si es una privatización encubierta de la escuela pública; la autonomía puede
ser una “mercantilización” del sistema escolar, subordinada a la oferta
educativa, a la demanda educativa, al capital humano, a la libre elección;
puede ser una trampa para seleccionar a
los mejores alumnos y para que no se “mezclen” con otros; la autonomía puede
ser o suponer la privatización del curriculum a favor del mercantilismo o el
sectarismo ideológico; la autonomía no lo es todo, y sola menos, tiene que
implicarse en marcos más amplios y con indicadores claros y con revisión
democrática.
La autonomía es
beneficiosa si se produce como trabajo en común de todo el centro, si se
ajustan todos los recursos para atender a todas las necesidades; si es un
compromiso de todo el centro. La autonomía es un derecho y un deber; es un
ejercicio de responsabilidad y de control democrático; es un proceso colectivo
de profesores y de alumnos, de alumnos diversos, de profesores diversos y en
contextos socioeducativos diversos. La autonomía de los centros es una
consecuencia de la autonomía de los alumnos, no porque ellos tengan ya un
pensamiento propio, sino porque exigen un trabajo cooperativo y de solidaridad
de todo el centro para todos los alumnos sean autónomos. Hay evidencia suficiente,
y por los resultados, que a los centros les sobra rigidez, burocracia y reglamentarismo; y que les falta
flexibilidad, libertad, imaginación y soluciones creativas para que todos los
alumnos aprendan y tengan éxito. La autonomía de los centros conlleva
necesariamente un aumento de su responsabilidad y la necesaria puesta en marcha
de una evaluación, primero de los recursos y después de los resultados, primero
ante los alumnos, después ante el centro, ante la comunidad educativa y
finalmente ante la administración educativa.
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